1. De cómo Bastián hallóse ante la existencia de otros libros

La librería del Sr. Koreander tenía la puerta cerrada. Bastián la abrió con ímpetu y la campanilla resonó en el silencio. El viejo librero, arrastrando los pies, apareció por la puerta de la trastienda. El niño descargó sobre el mostrador el grueso libro que llevaba bajo el brazo, y el último rayo del sol del crepúsculo, que se filtraba por la ventana, arrancó destellos dorados del Áuryn de la tapa.

Sus miradas se cruzaron un momento y el anciano detectó desasosiego y preocupación en los ojos de Bastián. Con un gesto, hizo que se sentara a su lado. Aunque sabía lo que le ocurría, pidió al niño que se lo contara. La voz de Bastián temblaba.

Nunca iba a encontrar otro libro como aquél, con tantas aventuras, tantos personajes, tantas cosas mágicas. No podría pasarlo tan bien nunca más, jamás podría revivir aquellas sensaciones.

Bastián se sentía frustrado y triste.

El viejo librero sonrió imperceptiblemente y, sin decir palabra, se levantó despacio. Se perdió en las sombras de la trastienda con su paso cansino. Tardó una eternidad, pero cuando apareció de nuevo, portaba entre las manos, mimosamente, un libro que parecía muy antiguo. Bastián se agitó inquieto mientras el librero, impertérrito, ajustaba con tranquilidad sus minúsculos lentes sobre su nariz. Después, carraspeó.

En tono suave, mientras tendía el libro con solemnidad hacia el niño expectante, repuso:

- No tienes que preocuparte, muchacho. Esto ha sido sólo el principio. La historia interminable empieza ahora.

Bastián, con el corazón palpitante, tomó el libro entre sus dedos nerviosos. Con los ojos muy abiertos y la voz quebrada, leyó en letras de oro sobre una tapa añeja:

- La historia del Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.

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2. El viaje

Él es consciente de que muchos lo envidian.

Tiene un sueldo fabuloso, una profesión interesante, un prestigio reconocido. Para la mayoría, resulta casi imposible ni siquiera imaginar qué significa amanecer en París y acostarse en Río de Janeiro. Tiene, o eso se supone, amigos en todo el mundo. Frecuenta los mejores hoteles y está siempre rodeado de bellas azafatas.

Incluso le dieron una mención de honor cuando aquel día lluvioso y de niebla terrible, consiguió heroicamente controlar el aparato y evitar una catástrofe.

Sin embargo, nadie sabe que, en realidad, el verdadero viaje comienza cuando, al conectar el piloto automático, entreabre entre sus dedos, muy despacio, las páginas de un libro.