Miren sentía una profunda admiración por quien consideraba su líder espiritual. Élla era una verdadera esponja. Todo lo que su líder afirmaba, Miren lo vivía como “palabra sagrada”. Había puesto en la otra persona todos sus ideales; por fin alguien podía encarnar una vida perfecta, o casi perfecta. Si a Miren le decían que hiciera determinado curso, hacia alla iba. Si Miren se animaba a estudiar le ordenaban que dejara de estudiar, y obedecía. Si tenía que dejar un trabajo, una amistad, a su familia, élla acataba ciegamente. Cualquier opinión o idea de Miren que no coincidiera con los objetivos de su líder, era señalada como un signo inequívoco de rebeldía. Miren, cada vez más, se volvía dependiente de su maestro espiritual. De a poco fue perdiendo las iniciativas. Todo lo consultaba; aún la música a escuchar, la ropa a utilizar, las películas o libros a consumir.
Hasta que, casi sin darse cuenta, toda esa estructura empezó a desmoronarse. Su economía había entrado en crisis debido a que las exigencias que le habían impuesto redundaron en descuido laboral y serios problemas de ingreso. ¿Cuál fue la explicación de su líder? “MIREN, TIENES FALTA DE FE”. En lugar de recibir comprensión, sólo recibió más exigencias. Aunque lo intentaba negar por todos los medios, la realidad con respecto a la vida de su líder se le impuso frente a sus narices: éste le imponía sacrificios que no estaba dispuesta cumplir ni en una cuarta parte. Por otro lado, salieron a luz graves contradicciones entre la enseñanza moral de su maestro y los comportamientos de éste.
La desilusión fue ganando terreno en la vida de Miren. Las enseñanzas que recibió no estaban erradas. No era problema del mensaje sino del mensajero. Miren no pudo asimilar esta diferencia. El sometimiento y la doble moral del líder terminaron opacando su vida espiritual.
Jesús habló de los hipócritas que ponen cargas sobre las personas que ellos mismos no están dispuestos a llevar, o sólo ven qué beneficios pueden obtener de sus seguidores:
“Ustedes deben hacer todo lo que ellos digan; pero no hagan lo que ellos hacen, porque enseñan una cosa y hacen otra”
(Mateo 23:3, la Biblia).
Marcó allí una diferencia entre las verdades espirituales y ciertos maestros que las denigran con sus propósitos deshonestos.
En un sentido más positivo del tema, ¡cuánta admiración siento por personas que, sin ser perfectas, son coherentes con sus enseñanzas! ¡Cuánto amor veo en ellas en la entrega diaria hacia sus “discípulos”! ¡Cuánta renuncia observo al ver que priorizan el crecimiento del otro más allá de que ciertas decisiones no le provoquen beneficios directos! ¡Cuánta paciencia en tiempos donde observan que al otro no hay que presionarlo, sin tanto sólo esperarlo y acompañarlo!
Cuidado con las idealizaciones y las sumisiones irracionales. Hagámonos cargo de nuestras vidas y no le entreguemos el control de ellas a nadie, ¡ A NADIE ! Estemos dispuestos a aprender y dejarnos guiar, pero sin renunciar a nuestras responsabilidades.
Y si quien nos guiaba se equivocó, no confundamos el inmenso valor de las enseñanzas espirituales con las incoherencias ajenas. Ejerzamos una vida espiritual con libertad y sin manipulaciones. Y por otro lado, compartamos con los demás lo que Dios ha hecho con nosotros, pero siempre respetando sus tiempos y sus decisiones.
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