CÁNTICO ESPIRITUAL
de Ausiàs March
(traducción de Carlos León Liquete,
publicada en la colección de poesía ‘El Parnasillo’).
Pues que sin Ti ninguno hasta Ti llega, / dame la mano, arrástrame del pelo; / si no tiendo mi mano hacia la tuya, / como forzado a Ti mismo me llegues. / Quisiera andar así hasta Tu encuentro; / no sé por qué no hago lo que quiera, / si de mi voluntad estoy seguro / y no sé qué me impida este querer,
Quisiera levantarme y no me esfuerzo; / mis culpas son la causa de esta carga; / antes que Muerte mi camino trunque, / quiero ser tuyo, Tú lo quieras, Dios; / haz que tu sangre ablande el corazón; / de semejante mal curó a otros muchos, / Ya la demora muestra bien tu ira; / no hallo que me alcance tu piedad,
Bien sé que no es mi juicio el que ha pecado, / y que es deseo el que mis culpas carga. / ¡Ayúdame, Dios! Locamente imploro / pues sólo quieres Tú al que se ayuda, / y a todos los que a Ti se acercan / no puedes olvidar, muestras tus brazos. / ¿Qué haré, que no merezco vuestra ayuda / pues tanto como puedo no me esfuerzo?
Perdóname. Señor, locamente hablo. / Nacen de la pasión estas palabras. / Temor siento de Infierno y hacia él camino; / volverme intento y no sé gobernarme. / Mas sé cómo te mereció el Ladrón; / (lo que se ve, sus obras no bastaban). / Tu espíritu da, a voluntad el soplo / sin que sepa mortal porqué ni cómo.
Aun siendo mal cristiano por mis obras, / ni te culpo, ni de Ti tengo enfado; / seguro estoy; del bien haces tus obras, / bien haces dando vida y dando muerte. / Igual cuanto de tu potencia surge, / loco es quien contra Ti muestra su ira. / Amor del mal, del bien toda ignorancia, / causa son de ceguera entre los hombres.
A Ti demando un fuerte corazón, / que a Tu Querer se ate mi querer; / y, pues sé bien que el mundo no aprovecha. / dame para partirme de él la fuerza, / y del gozo que el bueno en Ti conoce / hazme sentir tan sólo una migaja / porque mi carne, que en mí se rebela. / sienta el halago y no me contraríe.
Ayúdame, Dios, sin Ti soy algo inerte, / porque mi cuerpo es sólo un paralítico. / Los malos hábitos son en mí costumbre, / que la virtud por ellos me es amarga. / ¡Oh Dios, piedad! Mi condición revuelve, / que por mi sola y grande culpa es mala, / si muerte puede remediar mi falta, / será la muerte dulce penitencia.
Mayor es mi temor de Ti que amor, / de esta culpa me confieso ante Ti; / rota y turbada toda mi esperanza, / siento en el interior lucha incesante. / Lo justo y misericordioso veo / en Ti, tu querer a todos da gracia; / quitas y das de grado el don sin méritos. / ¿Cómo no he de temer si el justo teme?
Si Job, justo, por Dios es oprimido, / ¿yo, que nado entre mis culpas, qué haré? / Cuando pienso en el Infierno, sin tiempo, / los sentidos temores se me muestran, / llamada sólo a la visión el Alma, / contra Aquél, blasfemando, se rebela; / no sabe el hombre valorar su error, / ¿Cómo está, pues, quien hacia allí camina?
Te ruego, Señor, que mi vida abrevies, / antes que peores lances me seduzcan; / vivo en dolor por mi perversa vida / y temo allá la muerte siempre eterna. / Pues mal aquí, peor allá sin fin. / Prende el mejor de mí que en mí encuentres; / de nada ha de servirme la demora; / quien tiene que partir nunca descansa.
Me duelo y no me duelo como quiero / del infinito daño, del que temo, / y tal dolor natura no lo acoge, / contarlo ni aun sentirlo puede el hombre, / y pues esto parece pobre excusa / como de tan gran mal yo no me espante; / si al cielo pido, bien poco le estimo; / necesidad de miedo y de esperanza.
Por más que Tú te muestres irascible, / esto es defecto nuestro, de ignorancia; / Tu voluntad siempre guarda clemencia, / Tu mala faz es bien inestimable. / Perdóname, Dios, si en Ti puse culpa, / pues yo confieso ser aquel culpable; / con carnales ojos juzgue tus juicios: / ¡dar luz quieras a los ojos del alma!
Mi voluntad a la tuya es contraria, / enemigo creyendo ser amigo. / ¡Ayúdame, Dios, que tal apuro ves! / Desespero si contemplas mis méritos; / me enoja que esta vida así se alargue, y duda grande es, que al fin termina; / vivo en dolor, no es firme mi deseo, / y está alterado en mí el albedrío.
Eres el fin de todos los confines / y no hay un fin si no es el fin en Ti. / Eres el bien que mide cualquier bien, / no hay bueno, Dios, si a Ti no se asemeja. / A quien a Ti complace, nombras dios; / por semejarse a Ti, alzas su escala; / un derecho del que place al diablo; / tomar nombre de aquel que lo conforma.
Si algún final se encuentra en este mundo, / no es verdadero fin, no da la dicha: / es el comienzo donde el otro acaba, / según curso que puede entender hombre. / Filósofos que pusieron el fin / en sí mismos, parecen desacordes: / signo cierto es, en verdad no se funda, / por todo esto, al hombre no contenta.
Buena por sí no fue la ley judía / (por ella al paraíso no se entraba) / mas tanto como fue comienzo de ésta / puede decirse que las dos son una. / Así este fin de todo en todo humano / no da reposo al apetito o término, / sin él no tiene fin tampoco el hombre: / Juan el Bautista precedió al Mesías.
No tiene paz quien otro fin procura / pues sólo en Él reposa voluntad; / hasta el menos sutil, todos lo saben, / que voluntad fuera de Ti no existe. / Como los ríos corren hacia el mar, / los fines todos llegan a Tu fin. / Pues te conozco ya, fuérzame a amarte: / ¡venza el Amor al temor que yo siento!
Y si el amor no llega como quiero, / aumenta mi temor, porque no peque, / pues sin pecar, pueda perder costumbre / que en mí fue ésta la causa de no amarte, / Mueran los que de Ti me han apartado / me han dado media muerte, mala vida, / ¡Oh Dios, Señor! Alárgame la vida / pues ya parece que hacia Ti me acerco.
¿Quién me enseñará a excusarme ante Ti / cuando deba dar cuenta de mis males? / Tú me has dado recta disposición / y de la regla he hecho hoz curvada. / Enderezarla quiero, con tu ayuda. / Ayúdame, mi Dios, mi fuerza es corta; / saber deseo qué me has destinado: / en Ti es el presente, en mí el futuro.
No te imploro salud para mi cuerpo / ni bienes de Natura o de fortuna / que solamente a Ti. mi Dios, yo ame / pues estoy cierto que es el mayor bien. / Por tanto yo no siento alto deleite / porque a sentirlo yo no estoy dispuesto; / mas por saber, un hombre rudo juzga / que el mayor bien deleita sobre todos.
¿Cuál será el día en que no tema muerte? / Será cuando me inflame de tu amor / y no podrá llegar sin menosprecio / de la vida que por Ti menosprecie. / Todo quedará entonces bajo mí, / todo lo que ahora veo sobre el hombro; / quien no teme las garras del león / de avispa menos teme el aguijón.
Yo Te imploro, Señor, hazme insensible / y que ningún deleite nunca sienta, / no sólo los que sucios se te oponen / mas todo aquel que sea indiferente. / Pensar en Ti tan sólo es mi deseo / pueda tomar la senda que en Ti acaba; / hazlo, Señor, y si de ahí volviera, / hallare cierto en Ti sordos oídos.
Dolor no tenga de perder el mundo, / mientras me duelo no amo como quiero / y quiero bien, mas la costumbre arrastra: / en el pasado me cargué de culpa. / Tanto valgo como quien no te sirve / y Tú le has dado más que yo te pido; / suplico que en tu corazón me acojas / pues acogiste a más abominables.
Católico soy, mas Fe no me enciende / que el frío muelle del sentido apague / pues me dejo llevar por lo que siento / por Fe creo paraíso, razón juzga. / Preparada está la parte del espíritu, / mas la de los sentidos llevo a cuestas; / Señor, al fuego de la fe socorre, / tanto que lo que me da frío, abrase.
Para que el alma salve me creaste, / puede ser lo contrario y Tú lo sabes. / ¿Para qué me creaste, si es así, / si en Ti reside saber infalible? / Que a la nada me vuelvas, te suplico, / más lo precio que cárcel siempre oscura; / creo en Ti, cuando de Judas dijiste / que le fuera mejor no haber nacido.
Seguro fuera al recibir bautismo, / no haber tornado al seno de la vida, / sino a la muerte haber pagado deuda, / y del presente no vivir en duda. / Mayor dolor de Infierno siente el hombre / que no juzga el deleite de los cielos: / el mal sentido muestra el otro mal / y sin sentirlo juzga al paraíso.
Para vengarte en mí dame la fuerza. / Siento mi ofensa contra Ti. mi culpa, / si no Te basta, hártate de mi carne, / mas no toques mi espíritu: Tu igual; / sobre todo que la fe no vacile, / que mi esperanza ya no tiemble más; / no faltará caridad, si son firmes, / si por mi carne pido, no me escuches.
¿Cuándo será que riegue con mis lágrimas / dulces de agua de llanto estas mejillas? / Contrición es la fuente de que manan: / es la llave que el cerrado cielo abre. / Nacen las más amargas de atrición / porque en temor más que en amor se fundan; / mas tal cual son, hazme abundante en ellas, / pues son vía y camino de las otras.