El pulso se recobra en la senda,
difícilmente visible, desgastada
(solo)
por el miedo y el aullido
lejano eco de tierra.
En ese pulso, aumentado latido
que desborda sereno la línea,
alzándose ante el tiempo (centro
del hoy, como de ayer y de
mañana) se recorta la figura
del amante. Recoge en este seno
vuelta tras vuelta y lía la madeja
hasta desintegrar el círculo.
Las hebras de la luz que surgen
del ovillo, son índices,
ya ritmo, pulso, latido:
la marcha de otra vida.
El día empieza entonces
tras larga noche del sentido.
En la primera vuelta, el camino
nos mostró su sombra. El doble
supo caminar entre esas zarzas
para nutrirse a cada paso
de gritos y palabras por decir.
No exactamente un doble, solo
una misma voz en diversas
condiciones.
No mejora el espíritu, pues es
en sí, aprende siempre
y cada vez es más,
de cada tiempo mejor, clara y
oscura luz, la oscuridad tan clara.
Todo a su paso es destrucción,
segura muerte:
lo caduco se cambia.
solo la partícula permanece.
De su materia es el espíritu
la imagen humana:
el movimiento de la luz
que de este perdernal sonríe.
Como el espíritu, la hierba
que crece en los caminos,
delgadamente afilada por el viento
sobradamente inquieta y excitante.
Inconsciente sonido
de la palabra.
Devanarse en cada hilera
que surge (pensar que cada hebra
puede salir a una verdad)
hacer del ejercicio
el más amargo - contra la inútil
felicidad devorada-.
En ese punto de ser,
tan solo el punto más acá
del más allá, nuestra conciencia
se hace.
(Rema de sombra
el verso, por ver
si está la luz,
ahí fuera)