Me comporto como una sierva,
una imagen mortal adornada por recortes de mortales,
por briznas de calma que repite constantemente
golpes típicos,quejas desnudas e interesantes equívocos
impregnados de gestos de independencia.
Y un día al mes,esta sierva golpea la rugosa moqueta de su
espacio,y vuelve a encontrarse de espaldas a la habitación en
la cual sus padres consumaban su defecto.
Ese día siempre me provoca llanto,me deja exhausta,me tumba,
me deja caer en la moqueta del liviano, me rompo,dejo que mis lágrimas sean
las mareas de mis subconsciente,no paro de llorar,de llevarme el pañuelo a mi
desembocadura y que la feroz siembra de la muerte me proporcione alivio.
Nunca dejo de llorar,es como aquél que aprende a silbar y se pasa horas haciéndolo,
ese día al mes,en el que yo puedo llorar insinuo mi poder,mi gran batalla,dejo de ser sierva
para postrarme como reina absoluta de mi desdicha.
En esos instantes de perversidad soy más humana,más mortal,soy las palabras
pronunciadas antes de hincar las rodillas ante el crucifijo.
Apostillo ser loca y muda,aprendiendo que a la única persona a la
que puedo acudir es a mí,me desprecio y no hay una sola palabra que
pueda salir en mi defensa.
La sierva,es un día al mes la sibila consultante que arremete contra todo y contra todos,
la amante invisible de la moqueta viciada del sexo de sus progenitores,la niña que se despierta siendo
víctima en un mundo de mortales.