L A L L U V I A
(Puessol Nöel)
Unas
pequeñas y finísimas gotas de agua caían débilmente, aparentemente incapaces de
mojar nada. Pero todo estaba empapado. El agua penetraba poco a poco todos los
resquicios y calaba hasta los huesos a los que, tímidamente, se atrevían a
salir a la calle. La lluvia era fría y provocaba una gélida bruma que cubría el
asfalto ennegrecido por el agua.
Si
mirabas el cielo sólo veías nubes negras cargadas de lluvia, aparentemente
inmóviles.
Un
pequeño cambio se distinguió en el cielo, una nube de color negro enrojecido se
acercaba diversa entre las otras nubes. Nunca se había visto nube semejante.
Cada
vez más cerca. El color era más intenso cuanto más se acercaba. Era un rojo muy
fuerte que perdía parte de su viveza por las pequeñas nubes negras que la rodeaban
y desgajaban.
La
nube seguía avanzando. Por fín ocultó el cielo negro, que antes se había asentado sobre la
ciudad.
El asfalto perdió su negrura y se tiñó de rojo, las paredes de las
casas reflejaban como espejos el rojo intenso de la nube. Hasta las finísimas gotas
de lluvia tenían cierto tinte rojizo.
Poco
a poco las gotas de agua dejaron de serlo para convertirse en largas gotas de
sangre, y poco a poco el cielo empezó a sangrar con más y más
fuerza...
¡Diluviaba sangre!
La gente se escondió detrás de sus ventanas, pero
la sangre se reflejaba en ellas y las gotas golpeaban fuertemente los cristales
que se movían como cuchillas de afeitar en un inmenso rostro.
La
nube se fue alejando, la "lluvia" cesó y la gente empezó a salir de
sus casas.
El
panorama era desolador. Todas las calles estaban teñidas de rojo, las
alcantarillas no podían filtrar la sangre que a ellas se dirigía, coágulos de
sangre seca taponaban puertas y ventanas.
Los
habitantes de la ciudad se preguntaban unos a otros la respuesta de lo
ocurrido. Para todos era incomprensible.
Los
ciudadanos de este mundo tardaríamos aún un poco más de tiempo en darnos cuenta
de que lo que por nuestras venas corría ya no era sangre sino agua.