LAS CLOACAS DEL ESTADO - I
fjrigjwwe9r0TABLA1:B12 edf40wrjww2TABLA1:B12 fiogf49gjkf0d fiogf49gjkf0d LOS AGUJEROS NEGROS DEL 11-M (XXXIII) / DESDE MAÑANA, ENTREVISTA
EXCLUSIVA CON JOSÉ EMILIO SUAREZ TRASHORRAS SOBRE EL 11-M
«Soy una víctima de un golpe de Estado encubierto tras un grupo de
musulmanes»
«Todo estaba controlado por los Cuerpos de Seguridad» - «Existen
complicidades que el juez no está dispuesto a descubrir»
FERNANDO MUGICA
José Emilio Suárez Trashorras, un ex minero asturiano, se convirtió
desde el primer momento en el personaje clave de la investigación de los
atentados del 11-M. La versión oficial vendió con todo lujo de detalles
cómo en la noche del 28 al 29 de febrero de 2004, este joven de Avilés
recibió, acompañó y ayudó a tres de los terroristas autores materiales
de los atentados, Jamal Ahmidan y otros dos marroquíes procedentes de
Madrid, para que pudieran llevarse de Mina Conchita unas mochilas
cargadas con explosivos. El propio José Emilio confesó en un primer momento
ante el juez que había visto los explosivos en el coche de Jamal. Según
la misma versión, José Emilio envió otras tres bolsas con explosivos a
Madrid con tres jóvenes amigos suyos en autobuses de línea regular.
José Emilio revela ahora cómo todo fue un montaje de la Policía y cómo
siguió sus indicaciones en todo momento.
MADRID.- «Soy una víctima de un golpe de Estado que se ha tratado de
encubrir detrás de las responsabilidades de un grupo de musulmanes y de
los confidentes, cuando estaba todo perfectamente controlado por los
Cuerpos de Seguridad. Existen complicidades que el juez no está dispuesto
a descubrir; si no, deberían estar detenidos o imputados agentes de
varios Cuerpos de Seguridad».
Quien así habla es uno de los personajes clave relacionados con los
atentados del 11-M. Nada menos que José Emilio Suárez Trashorras, el ex
minero que presuntamente y, según la versión oficial, habría entregado
los explosivos para la masacre a los radicales musulmanes en la noche del
28 de febrero de 2004, en Mina Conchita, una pequeña explotación minera
asturiana.
EL MUNDO ha conseguido, en rigurosa exclusiva, una entrevista con
Suárez Trashorras. Se trata de una larga confesión en la que se dan las
claves para entender lo que, hasta ahora, constituían sólo incógnitas.
Nuestro periódico publicará, a partir de mañana lunes, todas sus
respuestas, que abren nuevas puertas a la investigación.
Suárez Trashorras fue detenido tan sólo seis días después de los
atentados, el 17 de marzo de 2004, y lleva en la prisión de Alcalá Meco casi
dos años y medio. Se enfrenta a una petición de más de 3.000 años de
cárcel.
Aislado en su celda, tuvo un desconcierto inicial por no aceptar una
detención que él creía injustificada. Se rebeló por lo que él consideró
la traición de Manuel García Rodríguez, Manolón, el responsable de
estupefacientes de la comisaría de Avilés, de quien era confidente y a quien
consideraba su mejor amigo. Comenzó a serenarse gracias al apoyo
incondicional de sus padres y ayudado por la medicación que le ha
proporcionado un psiquiatra pagado por la familia.
Ya no espera nada de la Policía, a la que prestó servicios continuados
desde el año 2001 a 2004. Se siente traicionado y está dispuesto a
contar todo lo que sucedió realmente en su relación con los presuntos
autores de la matanza del 11-M, Jamal Ahmidan -para él Mowgli- y varios de
sus socios. Ni él ni nadie en su presencia llamó nunca El Chino a Jamal.
Sus transacciones comerciales de drogas con los marroquíes fueron
supervisadas siempre por la Policía, a la que proporcionó todos los detalles
de esa relación. Nadie mejor que Suárez Trashorras para conocer los
manejos anteriores a los atentados de los que más tarde se suicidarían, el
3 de abril de 2004, en el piso de Leganés.
En sus exhaustivas respuestas denota una mente en buen estado, capaz de
razonar con un criterio equilibrado. Y todo ello a pesar de que la
estancia en prisión, las graves acusaciones que pesan contra él y todo lo
vivido en los dos últimos años no han contribuido a la recuperación de
su salud mental.
CONFIA EN EL JUICIO
De hecho, en febrero de 2006 Suárez Trashorras salió de prisión para
hacerse una revisión médica en un centro de Vallecas donde se le detectó
un ligero empeoramiento en su brote esquizofrénico. De una minusvalía
de un 57%, por la que él ya cobraba una pensión desde enero de 2003, se
ha pasado a una minusvalía del 65%. Los cuidados médicos de su nuevo
psiquiatra y la toma estricta de la medicación, una inyección cada 15
días, le han devuelto parte de la serenidad.
Espera confiado la llegada del juicio convencido de que podrá probar su
inocencia.
Ha terminado en prisión los estudios de secundaria que tenía
pendientes. Ha aprobado la Selectividad y ahora está dispuesto a comenzar una
carrera universitaria.
A modo de prólogo de las revelaciones que comenzarán mañana en EL MUNDO
hemos querido hoy centrar al personaje, introducirnos en su trayectoria
vital. Para ello, nada mejor que repasar su vida de la mano de sus
padres, que en todo momento, y a pesar del dolor que les ha producido la
situación, han confiado en que al final resplandecerá la verdad y la
justicia en la investigación del 11-M y su hijo será exonerado.
Conchita y José Manuel forman un matrimonio de mediana edad bien
avenido. Él, asturiano de pura cepa. Ella, mitad asturiana, mitad gallega.
Siempre fueron personas de gran temple. Sus vidas se detuvieron el día en
que acusaron a uno de sus hijos, el menor, de haber proporcionado los
explosivos para la matanza del 11-M.
Emilio para ellos era un chico normal. Se comportaba con mucha
vitalidad. Era muy sociable y derrochaba cariño. Su único problema consistía en
que era un poco raro con las comidas.
Le gustaba la actividad física y por eso dejaron que se desfogara en
las tareas del campo ayudando en la localidad de Cogollo a su abuela. Se
hizo así un joven fuerte, de 1,80 de estatura, algo salvaje.
En el colegio nunca tuvo problemas con los compañeros. Cuando ya era
adolescente demostró una afición enorme por las motos y los coches. A su
hermana mayor y a él les compraron una motocicleta al terminar el
bachiller.
CAMBIO DE CONDUCTA
Fue a esa edad, a los 17 años, cuando los padres notaron un cambio en
su conducta. Comenzó a hablar en un tono más alto de lo normal. Se
excitaba mucho y soportaba muy mal que le contestaran. En los estudios
empezó a flaquear. No aprobó la Selectividad. Sus padres pensaron en
llevarlo interno a un colegio de los jesuitas. No lo hicieron. Probaron en
maestría pero tampoco terminó los estudios.
Los malos tonos fueron a más. Le había cambiado el carácter y su madre
se dio cuenta de que aquello no era normal y que no se trataba de una
rabieta de quinceañeros. Lo llevaron a un médico y luego a otro. Hasta
que encontraron uno que dio en la diana. Emilio tenía un brote
esquizofrénico que podía ir a peor. De todas formas podía hacer una vida
prácticamente normal.
Su padre, inspector agrario en una buena empresa de productos lácteos
asturianos, lo metió a trabajar con él. La empresa pasó por una pequeña
crisis y ante la posibilidad de eliminar personal José Manuel prefirió
que saliera el chico antes de que mandaran a casa a un padre de
familia.
Emilio se libró del servicio militar al poco de incorporarse a filas.
Un par de gestos en su comportamiento y un examen médico riguroso
hicieron que lo declararan exento.
Quería independizarse económicamente. Tuvo una novia durante dos años
que le llevó por la calle de la amargura. Entró a trabajar en la empresa
Caolines de Merillés y, de una forma intermitente, trabajó como
ayudante minero en Mina Conchita hasta diciembre de 2002.
El padre era el típico empleado trabajador y honrado. Tenía que
recorrer Asturias inspeccionando granjas y haciendo nuevos clientes. La madre
tenía un empleo en una empresa dependiente de Asuntos Sociales en el
Ayuntamiento de Oviedo. Era profesora de bailes de salón. Lo que mejor se
le daba era el son cubano y el tango. Por su carácter extrovertido era
muy apreciada por los alumnos. Cuando salió a los periódicos el asunto
de Emilio prescindieron de sus servicios.
Emilio comenzó con el nuevo siglo una amistad con un joven de Avilés
llamado Antonio Toro. Era un muchacho fuerte, con mucho gimnasio encima,
que manejaba dinero. Emilio, una persona muy confiada, se dejó fascinar
por su personalidad dominante.
Toro tenía una hermana, María del Carmen, y Emilio comenzó a salir con
ella siempre con la preocupación de la mala experiencia sentimental que
había tenido antes. Ese noviazgo nunca fue bien visto por Antonio.
Los padres no tuvieron demasiado trato con la familia Toro, pero
apoyaron al muchacho hasta el punto de llegar a comprarle un piso y un coche.
El 14 de febrero de 2004, menos de un mes antes del 11-M, Emilio y
María -él nunca la ha llamado Carmen- se casaron en Avilés. Como tantas
otras parejas, se fueron de viaje de novios a Canarias.
A su boda no asistió ningún marroquí, a pesar de todo lo que se ha
publicado al respecto. Las fotografías y el vídeo de la boda así lo
demuestran.
Cuando el padre de Emilio supo que éste tenía amistad con un policía le
advirtió: «Tener amistad con un policía es como tener una moneda falsa
en el bolsillo».
Y eso que el padre no sabía entonces que el hijo, para ayudar a Toro
-que había ingresado como preventivo en prisión por un asunto de drogas
en la llamada operación Pípol- se había convertido, desde 2001, en el
confidente de ese policía, el inspector que llevaba el tema de los
estupefacientes en la comisaría de Avilés, Manuel García Rodríguez.
EL CONFIDENTE
Participó, como confidente en operaciones importantes a lo largo del
2001, 2002 y 2003, que culminaron siempre con la aprehensión de
cantidades importantes de drogas, hachís, cocaína y pastillas, y la detención de
los traficantes. En este contexto, fue a finales de 2003 cuando Suárez
Trashorras, y según su versión por indicación del inspector Manuel
García, se introdujo en una banda de traficantes de nacionalidad marroquí,
que se acercaban de vez en cuando por Asturias.
Y fue así como llegamos a la fecha del 11-M. Como muchas mañanas, aquel
jueves Emilio se acercó a casa de sus padres. Su madre recuerda cómo
estaba descompuesto con lo que había pasado. Insultaba a los terroristas
y se preguntaba en voz alta cómo podía haber personas capaces de hacer
una cosa así.
Después de haber visto varios programas de televisión, de haber
escuchado en la Cadena Ser la noticia de que había un suicida islamista en los
trenes y de conocer que se habían producido algunas detenciones en
Lavapiés relacionadas con islamistas, comenzó a comentar que él conocía a
unos moros y que le daba en la nariz que podían tener alguna relación
con lo sucedido. Mowgli le había hecho una extraña llamada a principios
de marzo para despedirse y decirle que si no se veían en la tierra se
verían en el cielo.
El viernes había traído ropa a casa de su madre. Fue precisamente ésta
la que le dijo que si creía tener algún dato y tenía un amigo policía
lo mejor que podía hacer era comentárselo. Tuvo que insistir mucho y
hasta se enfadaron por ese motivo madre e hijo. Emilio terminó por llamar
a Manolón, al día siguiente, para contarle sus sospechas. El hijo se
disculpó, más tarde, con su madre por haberle levantado la voz.
El 14 de marzo de 2004, la fecha electoral, Emilio fue a votar con sus
padres. Tanto él como su padre votarían, como siempre, al Partido
Popular. La madre estaba enfada con los políticos y en el último momento
quiso testimonialmente abstenerse y se quedó en el coche esperando a que
su marido y su hijo votaran.
José Manuel y Conchita se habían decidido en esas fechas a reformar la
casa familiar de Cogollo, donde nació el padre y donde aún vivía la
abuela. Las obras estaban apalabradas e iban a comenzar en unos días.
El día de San José, el 19 de marzo, el padre había vuelto de madrugada
a casa ya que había tenido que trabajar en el turno de noche.
A las siete de la mañana llegó María, la mujer de Emilio, y le pidió a
su suegra que despertara al padre. Les contó que a Emilio lo habían
llamado de comisaría y que no había regresado a casa. Lo último que supo
es que los policías le habían invitado a cenar en el restaurante Joses.
María y sus suegros se acercaron hasta comisaría y preguntaron por
Manolón. Conchita y José Manuel era la primera vez que veían al famoso
policía amigo de su hijo. Les recibió con cara compungida y les contó que
se lo habían llevado a Madrid. No dejaba de repetirles que él quería a
Emilio como a un hijo y que estaba muy preocupado. Se interesó incluso
por los medicamentos que tenía que tomar y que no le habían permitido
llevar consigo a Madrid.
Para los padres de Emilio comenzó una pesadilla de la que aún no se han
despertado. Su hijo se encontraba detenido en Madrid y con la acusación
de colaborar directamente en los atentados del 11-M.
Manolón les dio un teléfono de Canillas, donde estaba detenido, para
que pudieran llamarle. El padre de Emilio cree que ése es el teléfono que
encontró la Guardia Civil en casa de su nuera y en el que ponía la
anotación Manzano-Canillas. Insiste en que parte de los policías que
vinieron a Avilés a interrogar a su hijo pertenecían a la Policía Científica.
Llamaron a ese teléfono y allí les dijeron que Emilio estaba
incomunicado y que, por tanto, no podían hablar con él.
PRESION PERIODISTICA
Tres días más tarde, con el estupor aún en el cuerpo, recibieron la
llamada de su abogado para comunicarles que contrariamente a lo que le
habían dicho en Madrid en un principio, Emilio no sería presentado ante el
juez de la Audiencia Nacional el miércoles 24, como estaba previsto,
sino ese mismo lunes. Por algún motivo se precipitaba su declaración ante
el juez.
Se ofreció para viajar con ellos en avión inmediatamente. En la
Audiencia se encontraron con un muro de silencio y con 2.000 periodistas, «un
enjambre», según la madre, que buscaban información. Suárez Trashorras
estaba aislado y ni siquiera les dijeron a qué prisión lo iban a llevar
después de la declaración ante el juez. Tampoco permitieron que lo
viera su abogado.
Se presentaron en Soto del Real, pero nadie sabía allí nada de su hijo.
Más tarde les comunicaron que estaba en Alcalá Meco.
Los días siguientes fueron para ellos un auténtico caos. Los periódicos
publicaban la foto de su hijo historias dispares en relación con su
participación en los atentados.
Nadie les daba ninguna noticia concreta, hasta el punto que viajaron
hasta Soto del Real porque les dijeron que Emilio estaba allí pero no era
cierto. Su mayor preocupación eran las medicinas que su hijo tenía que
tomar por su esquizofrenia. El psiquiatra de Emilio estaba ausente de
su consulta porque se casaba una hija suya. Consiguieron por fin las
recetas adecuadas y las medicinas y las enviaron a Madrid.
Desde entonces no han faltado a los encuentros con su hijo a través de
un cristal o en los vis-à-vis que les permiten. El primer encuentro con
su madre fue dramático. Emilio le gritaba a través del cristal que lo
habían secuestrado y que todo había sido por culpa de ella, por haberle
insistido en que llamara a Manolón.
Luego las cosas se serenaron poco a poco. Emilio, aislado en su módulo,
ha encontrado cierta paz. La ayuda de sus padres ha sido fundamental
para su estabilidad.
El padre de Emilio se quiso poner en contacto con el juez Del Olmo para
contarle un dato que le parece esencial. Poco después del 11-M vio a
Toro, Iván Granados y El Gitanillo reunidos en una cafetería de Avilés
con dos hombres trajeados. Poco después comenzaron las declaraciones
coincidentes de El Gitanillo e Iván Granados contra Emilio. El juez le
contestó que en lo sucesivo se dirigiera a él a través de un procurador.
La declaración de El Gitanillo -aceptada como buena en sentencia firme-
involucró directamente a Suárez Trashorras con la entrega de explosivos
en Mina Conchita a los marroquíes acusados de la masacre. El 16 de
noviembre de 2004 se celebró el juicio contra el menor, que apenas duró
media hora. Su defensor aceptó la propuesta de la fiscal, Blanca
Rodríguez, que rebajó de ocho a seis años su petición inicial de régimen
cerrado. De ese modo, El Gitanillo no ingresará nunca en un centro
penitenciario para adultos. La sentencia fue, pues, de seis años de régimen
cerrado y cinco de libertad vigilada. En el año 2007, cuando haya cumplido la
mitad de su pena, el juez de menores de la Audiencia podrá revisar la
situación y decidir sobre su puesta en libertad.
Iván Granados, imputado también en la causa, declaró que Trashorras
robaba explosivos de la mina y que había organizado varios viajes a Madrid
con ellos en autobuses de línea.
SIN PRUEBA MATERIAL
La primera declaración de Trashorras ante el juez, en la que reconoció
que había visto los explosivos en el coche de Jamal Ahmidan en la noche
del 28 de febrero de 2004, fue definitiva. Emilio asegura que estaba
convencido de que había llegado a un pacto con la Policía y con el juez,
que era testigo protegido y que no iba a haber cargos contra él. Lo más
que iba a estar en prisión era un mes.
Al margen de la declaración de El Gitanillo y de Iván Granados nunca
pudieron encontrar contra él una prueba material. Efectivos de la Guardia
Civil buscaron inútilmente explosivos y drogas en el trastero que tenía
Trashorras en el edificio de su anterior domicilio, en la Travesía de
la Vidriera. Después de cinco horas de registro, de rascar las paredes y
de cambiar varias veces a los perros detectores, llegaron a la
conclusión, delante del propio padre de Emilio, de que allí ni había explosivos
ni los había habido nunca.
Cuando Suárez Trashorras se dio cuenta de que no se iba a cumplir el
pacto con la Policía cambió su declaración ante el juez Del Olmo. Dijo
que nunca había visto esos explosivos en poder de Jamal Ahmidan y que
todo lo que había dicho era lo que la Policía le dijo que contara. Trató
de refutar la declaración de El Gitanillo e Iván Granados con nuevos
datos. Pero ya nadie le hizo caso.
Después de dos años se siente como el gran chivo expiatorio y, ante una
posible condena que puede sobrepasar 3.000 años de cárcel, ya no tiene
miedo. Quiere romper su silencio para desenmascarar a los que considera
que le utilizaron y le engañaron.
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