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POR TIERRAS DE LA Ñ-2

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LA LOBA HERIDA

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“Había una vez

un pirata honrado,

un lobito bueno

y un príncipe malo”

(cancionero infantil)

 

Mi casa estaba en las afueras del pueblo y era como todas o parecida a las vecinas, con una puerta pequeña que permitía el acceso a la vivienda y una gran puerta que daba entrada a los carros al patio. La casa tenía dos plantas y la parte posterior del patio daba entrada a las cuadras de los animales de trabajo y leche. La parte izquierda del patio permitía entrada por una escalera al segundo nivel en que una solana o corredor abierto permitía accesos a las habitaciones familiares, varías, porque la familia era amplia. Por la puerta pequeña se entraba a habitaciones de recepción, cocina y comedor de la casa, más una despensa o almacén pequeño de alimentos.

Teníamos para labrar unas parcelas de tierra de secano y otras de regadío, algunas bastante alejadas del pueblo y allí vimos una loba herida, agonizando al lado de una encina, desangrándose por herida de bala en una pata. Mi padre era amigo de la naturaleza y le ligó el vaso sangrante con un cordel y la echó al carro y la llevó a casa, donde le hizo una cama de sacos en el pórtico y le dio agua y leche, que el animal aceptó sin protestar como antes había aceptado la cura. Allí estuvo varios días entre la vida y la muerte, hasta que una mañana se la vio más vivaz y entonces parió cuatro lobitos, dos vivos y dos muertos, se le retiraron los muertos y la vida de la loba y sus cachorros continuó hasta estar el animal repuesto y los dos hijitos grandecitos; no molestaban a nadie, el gato y el perro de la familia los aceptaron y hasta jugaban con ellos. Los vecinos del pueblo pasaron todos a ver los lobos de Germán y fue pues la estancia de los animales un acontecimiento social comunal.

Se le dejó la puerta abierta a la loba para que saliera al campo, lo que hacía con frecuencia, pero volvía para amamantar a sus lobitos y eso hizo hasta los cuatro meses en que los tres se fueron libres y respetados por todos los vecinos de la localidad que estaban orgullosos de haberlos tenido avecinados y a veces los tres se acercaban a las tierras cercanas cuando labraba mi padre, como si fueran perros grandes de la familia.

Años después vi los lobos de Félix Rodríguez de La Fuente, el famoso naturalista y conocí muchas cosas de la biología del lobo. Mi padre las sabía por intuición desde siempre. Siempre amó a los lobos.

 

César del Carpio, 

tras ver la reposición del programa “El hombre y la tierra” de Rodríguez de La Fuente en Televisión Española.

 

MI PRIMERA CESÁREA

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Estábamos en el año 1963 en una ciudad castellana. Yo había terminado la carrera un día antes a finales de junio; por la mañana había hecho el último examen y estaba de guardia como alumno interno, siendo el médico de guardia el profesor González, entonces adjunto de cátedra de cirugía y había sido mi examinador de la última asignatura.

La guardia había sido tranquila hasta que a las cinco de la tarde del domingo llegaron a la vez dos urgencias extremas: un gitano al que el tren le había cortado las dos piernas por debajo de la rodilla y una mujer con placenta previa y con una hemorragia brutal. En el hospital estábamos el médico de guardia, yo como alumno interno veterano, el interno moderno que llevaba meses en ello, enfermeras, estudiantes y monjas y el anestesista. La situación era dramática y el profesor dijo que había que actuar mientras se buscaba al ginecólogo. Se erigió en jefe de las dos intervenciones que se hicieron a la vez. Él se hizo cargo del amputado con una monja enfermera de ayudante y a mi me ordenó que hiciese una cesárea, teniendo como ayudante al otro interno. Ante mi oposición, me dijo que él pasaría a hacer lo mío en cuanto estabilizase a su enfermo. El anestesista tuvo que realizar las dos anestesias a la vez, empezando por el amputado.

Comencé mi intervención, a voces el profesor iba preguntándome cómo iba y dándome ánimos y naturalmente hice valiente y eficazmente mi cesárea antes de la llegada de mi jefe el ginecólogo, que cuando llegó yo ya estaba cerrando la piel y él llegaba para certificar que todo había ido bien. La cesárea había durado de principio a fin treinta minutos, muy rápido para ser la primera que hacía y sin la dirección de mi jefe de servicio, era el 30 de junio de 1963.

Ese día de fin de carrera de medicina decidí que iba a ser ginecólogo y lo fui con mejor o peor fortuna muchos años.

Por cierto, el examinador me dio Matrícula de Honor en cirugía y mi jefe de obstetricia también, así que obtuve rentabilidad inmediata del suceso, aparte de otros privilegios que no vienen al caso.

César del Carpio.

 

Esta narración me la hico un amigo ginecólogo mientras descansábamos de una excursión a la Rioja Alavesa ante unas patatas con chorizo, unos huevos con pimientos a la riojana y para desengrasar, chuletillas al sarmiento, y un excelente caldo riojano con el que brindé por la valentía y temeridad de mi buen amigo.

 

 LA NAVAJA AUTOMÁTICA

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La fiesta del Carmen era festejada aparte de en la ciudad en una parroquia cercana al cementerio; allí se hacía una romería muy popular y populosa, con actividades religiosas, puestos de tiovivos, objetos de regalo y bares y una estruendosa verbena.

El barrio y las zonas cercanas, suburbios, eran habitados por gente humilde, gitanos, gente marginada, que disfrutaban de la festividad pacíficamente y también lo hacían habituales de las verbenas, y entre todos se movían sirleros, engañabobos, charlatanes, chulos y muchos fanfarrones de barriada solos o en compañía, sueltos o acompañados, que ponían contrapunto y riesgo a los muchos romeros que querían honrar a la Madre del Cielo y de paso gozar de una fiesta entrañable, saludable y folclórica.

Como resultado de la mezcolanza de gentes y circunstancias, salían a veces riñas y era muy frecuente tener heridos por arma blanca y a veces por arma de fuego; raro era el año que, en la fiesta de la Romería del Carmen, no había heridos o muertos que los internos del hospital recibíamos para curar si era tiempo o para embalar hacia el depósito de cadáveres si las circunstancias lo exigían.

Yo personalmente tuve que curar y coser a uno de los habituales “chulos de la fiesta” de un navajazo en el abdomen en cierta ocasión, y un año después aprovechando un descanso en la guardia, fui a tomar un café a un bar cercano al hospital y allí estaba el susodicho fanfarrón, que no me reconoció. Estaba con amigos y amigas y con una “muchacha” que yo había curado hacía poco y me interesé por su salud; le sentó mal al individuo mi intromisión y navaja en mano me conminaba a marcharme o me rajaba. Yo le dije: Tranquilo, Jerónimo, que me voy, ten en cuenta que si me atacas, luego a ver quién te cura si te pasa lo de hace un año. Se volvió todo amabilidad, me invitó al café y a que pidiera lo que quisiera. Yo le dije que le pedía que me prestase la navaja hasta el día siguiente, para evitar que tuviera problemas ese día del Carmen. Me la dio y sigo conservándola porque no volvió por ella, no pudo; murió de un disparo de pistola que le dieron aquella noche. No pudimos hacer nada por él, llegó muerto.

 César del Carpio, 

EL JUDÍO ERRANTE

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Hoy traigo a estas pequeñas narraciones sobre cosas de las Tierras de la Ñ, es decir, de las entrañables áreas en que se habla la lengua española-castellana o “ladina”, al “judío errante”, figura mitológica que mi bisabuelo Francisco Callejo (Farruquín) conoció y acompañó por España, visitando y rezando en los lugares en que hubo persecución de judíos; fue contratado, según decía, por el judío y recibió un salario por ello de una onza de oro, yo la conservo.

El Judío Errante es una leyenda medieval de un judío llamado Catafito que en la ida a la crucifixión de Cristo le negó el agua y Cristo le dijo: yo me iré pero tú andarás hasta mi vuelta y así, inmortal, espera la vuelta del crucificado al fin de los tiempos. Hay otra versión de que se llamaba Samar y es el fundidor del becerro de oro que lo hizo en tiempo de Moisés. En Alemania se llama Ashaverus y representa la diáspora para judíos de todos los tiempos. Escritores, músicos y poetas han descrito al personaje: Eugenio Sue, Mark Twain, Borges, James Joyce y otros, en Berlín se le considera viviendo un día eterno que para él no cesa. En España también se ha escrito sobre él y recientemente César Vidal ha escrito al respecto un magnífico libro.

El judío errante ha estado presente sin ser muerto en la diáspora, las persecuciones, el hambre, los campos de concentración, la guerra y acompaña los sufrimientos de su pueblo en búsqueda de la paz que para él no llegará más que al final de los tiempos. En cierto modo se ha convertido en un mensajero de Dios para su pueblo que intermedia con él y es testimonio de que la Divinidad, a pesar de los tiempos, asegura la supervivencia dura, pero eterna, del pueblo judío.

Hay quien le ha visto y jura que existe realmente, a lo largo de los siglos en varios países y en circunstancias extremas en Extremo Oriente, en las guerras de invasión islámica de la época de Saladino, en las invasiones cruzadas, en las dos guerras mundiales y en las expulsiones y progrones de varias épocas, convirtiéndose así en un reproche para los pueblos que oprimieron al pueblo judío, una esperanza para los judíos y una promesa de asistencia a su pueblo para siempre de su Dios, todo esto y más representa el Judío Errante.

 

César del Carpio,

 

 

EL DIEZMO

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La campa de San Isidro de Valladolid, estaba en la época de mi infancia, horadada por unas cuevas de tres metros de anchas por dos de altura y que se extendían por varios kilómetros con ramificaciones; nunca supe quién las hizo ni para qué, aunque la existencia de un castillo, que se derribó para hacer un reformatorio juvenil, hace suponer que las famosas cuevas tendrían alguna relación con él y ser por tanto lugares de ocultación de tropas o de civiles en épocas de guerra. Las entradas estaban tapadas por derrumbes de terrenos y sólo cuando se caía alguna zona se veía la construcción en su conjunto con riesgo para el que intentara recorrerlas.

En una zona, una parte de las entradas estaban ocupadas por gitanos que fueron expulsados y las cuevas voladas para evitar que se ocuparan de nuevo, quedando todas las redes cavitarias ocultas.

Por circunstancias tuve de compañero de clase en la escuela pública primaria un niño gitano, que estuvo poco tiempo y que vivía en las cuevas antes de ser voladas por el Ayuntamiento. No era frecuente la amistad entre niños gitanos y niños payos, el racismo existía y la convivencia no era fácil pues la “necesidad” hacía que las leyes de la propiedad fueran relativas para los gitanos entonces.

El gitanillo compañero de clase se llamaba Carlos y su nombre de guerra o mote era “el Diezmo”; nunca supe el porqué de tan curioso nombre. Carlos el gitano me vendió una moneda de plata muy gastada y ante mi interés en el sistema de encontrarla, me invitó a visitar las cuevas de San Isidro. En una de ellas había encontrado él la monedilla de plata, que al parecer era árabe y muy antigua, aún la tengo.

 

Fabricamos unas teas con tela embetunada y entramos, temerarios, los dos sin decirlo a nadie por un derrumbe que había recién dejado las oquedades al descubierto. Caminamos por las cuevas en silencio y recorrimos varias, con bastante miedo al menos por mi parte pues “Diezmo” ya había estado allí, a pesar de la prohibición de su padre.

Exploramos varios caminos sin salida y en uno de ellos encontramos un esqueleto dentro de unos vestidos como una armadura y a su lado varias monedas, que recogimos y nos repartimos en amor y compañía. El gitanillo dijo que la armadura se la daría a su padre que la llevaría a vender al rastro de la ciudad y así quedamos de acuerdo.

De la aventura saqué una amistad larga con “Diezmo”, gitanillo muy inteligente, unas monedillas de plata que conservo, que están tan gastadas que no valen nada y el convencimiento de que tuve suerte de conocer al muchacho, lo que me marcó para tener una consideración hacia los gitanos, que en toda Europa han sido y son perseguidos y marginados limitando sus posibilidades de progreso social.

He recordado a mi compañero de excursión espeleológica viendo recientemente el mercadillo gitano del Prado de la Magdalena de Valladolid, con cientos de puestos de venta y miles de clientes que compran y permitan la dignificación de los vendedores y su ascenso social.

 

César del Carpio,

 

Escribo este artículo en homenaje a “Diezmo” que falleció hace poco y compro en el mercadillo gitano un pequeño objeto en su recuerdo.

 

* El nombre que le dedico no era el suyo ni el apodo, que era por lo menos tan curioso pero lo cambié por respeto al amigo difunto ¡que Dios lo tenga en su gloria!

 

 

  

NOSTALGIA

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La finca de mi padre en Valladolid era muy pequeña, tenía cuatro hectáreas de tierra de secano que él había puesto en regadío por medio de dos pozos que se secaban, a veces, en los veranos duros. Además, una acequia, que llevaba agua del Canal del Duero, terminaba a la entrada de la finca y se consiguió el permiso para regar con ella, en las horas sobrantes del terreno que la tierra regaba, en tierras de un terrateniente que se llamaba Faustino y éste de ideas políticas gubernamentales llevó a mal que le cedieran el agua sobrante a mi padre y aprovechando un verano ultraseco, hizo obras en la acequia y la destruyó varios meses, haciendo que la cosecha de mi padre se perdiera y le puso en la casi ruina. Tras pleito, tuvo que reconstruirla pero las pérdidas no se compensaron.

Aquel individuo siempre que pudo nos dañó en nuestros bienes rurales, por lo que el ánimo de mi familia para tan mal bicho era malo. Yo era estudiante y los veranos trabajaba con mi padre y mis hermanos y al tal Faustino lo odiaba con toda el alma. Recién acabada la carrera de medicina y antes de ir a terminar la milicia universitaria estaba pasando unos días con mi familia y se presentó en casa un hijo del tal Faustino a solicitar mi presencia de médico porque le había dado al padre una angina de pecho.

Con dignidad y profesionalidad, aunque me acordase de sus muertos en mi interior, fui a verle, le estudié, le traté de urgencia y le acompañé hasta el hospital en la ambulancia. Mi conciencia quedó bastante tranquila, pero mi persona pensaba que aquél gran c. no había merecido mi atención.

Recientemente he pasado por la zona y la hermosa finca del terrateniente, las de los vecinos, labradores ricos, y la de mi padre que por el crecimiento de la ciudad se integraron en la disponibilidad para la expansión de ella, están destartaladas, abandonadas y llenas de escombros en espera de una construcción urbana que no llega. Los especuladores de terrenos las compraron y ahora están abandonadas y desiertas, maltratadas y con escombros y casetas de vagabundos e inmigrantes pobres. Sin duda en muchas ciudades ha pasado lo mismo que en esta gran ciudad de Castilla en su entorno y hace pensar que los dirigentes actuales de esas ciudades son por lo menos tan desastrosos como los de antes; a veces hasta el punto de que se añore la gestión de las ciudades de otras épocas, dada la corrupción y el abandono en que se tiene el medio ambiente.

 

César del Carpio,

En las afueras de Valladolid, en esos campos amados, con una lágrima en el alma ante la desidia municipal.-

 

 

 

 

¿FUÉ UN BUEN ACUERDO?

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Durante mi carrera, iba con cierta frecuencia a la Facultad de Filosofía, entre otras cosas, porque había una biblioteca donde podía leer libros que estaban fuera del comercio o eran muy caros o estaban en el “Índice de libros prohibidos” por la Iglesia o perseguidos por el Régimen. Allí conocí a buenos amigos y a los personajes de este cuento.

Acabé la carrera y fui a trabajar unos meses a un pueblo cercano a la capital vallisoletana, en espera de comenzar la especialidad  que debería realizar en Madrid.

El pueblo era hermoso y rico, con una gran iglesia, escuela multigrado, médico, boticario, veterinario, unos cuantos labradores importantes, algunos ganaderos y tratantes y muchos obreros que trabajaban en la ciudad cercana. Un pueblo, rico, en el que comencé el ejercicio de la carrera recién acabada, sin agobios. Al cura le había conocido en la Facultad de Filosofía y también a una estudiante  de Letras que resultó ser hija de terrateniente y es había hecho cargo de las propiedades del padre al fallecer éste; tenía tierras, pinares, ganados, una pequeña serrería y hasta viñedos que le daban ocasión de producir un más que respetable blanco y un agradable vino tinto. Tenía pues gran fortuna.

Naturalmente, entre las amistades que adquirí en el pueblo, el cura, el maestro, el alcalde, el veterinario, la licenciada en filosofía, fueron las más destacadas.

Llevaba ya un mes en el pueblo y Amelia, la filósofa, vino a verme y tras charlar un largo rato, me hizo la insólita propuesta que les cuento: me dijo que desde hacía varios años era amante del cura y que a pesar de la convivencia no se quedaba embarazada por una azoospermia del sacerdote y que, en consecuencia, necesitaba ser fecundada porque debía tener descendencia que heredase sus propiedades inmensas. Le aseguré que eso era fácil y le dí una dirección donde podía pedir que la inseminaran sin problemas; pero me dijo que no.

Ella quería saber quién era el padre de sus hijos y pretendía que cuando éstos fueran adultos pudieran saberlo también. Excluido el banco de semen ¡tú me dirás! En ese caso tendrás que buscarte la vida, le dije, no creo que te falten oportunidades en estos tiempos. Y entonces soltó la bomba: Había pensado que fueras tú. Me sorprendió el giro que tomaba la conversación pero le seguí la corriente. No estoy preparado para empezar ninguna relación y además Carlos (el cura) es amigo mío. Ella dijo: No se trata de Carlos. Necesito un hijo y debo tenerlo, no tengo familia y tengo que intentar tenerla; pienso que tú me das garantías de solidez intelectual adecuada de modo que piénsalo. Te haría un regalo acorde al favor. Por ejemplo: una Beca de especialización en la Universidad Española que elijas por cuatro años. Yo no tenía un duro a la fecha.

La tentación se hizo poco rechazable: buena moza, satisfacción adecuada y libertad para cuatro años más un hijo conocido… Dudé unos cuantos días, pero la carne es flaca y en realidad no dañaba a nadie o eso creía yo…

Hice lo que se me pedía y tuvo un hijo y yo una beca, que me permitió dedicarme al doctorado y especialidad sin agobios; unos años después se me solicitó, para lograr una niña y en este caso la donación fue gratuita. No ha habido más acuerdos. Yo sigo soltero y libre y soy catedrático en una universidad española. La señora es madre de dos hermosos hijos que son herederos de una gran fortuna, y el cura, virtuoso canónigo, en una lejana catedral española, curado de las tentaciones, está a punto de ser nombrado obispo.

 

Laus Deo y aquí paz y después gloria.

 

César del Carpio,

después de una comida agradable en tierras de Aranda de Duero con mi amigo, regada con un buen caldo de la tierra Protos 2004 que “levantaba la boina”.

Mi amigo me contó la curiosa historia que les he contado aquí y la pregunta se impone: ¿qué hubiera hecho usted?

 

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        EN ZAMORA

 

La estratégica ciudad de Zamora, “la bien cercada”, de la que se dice: “de un lado la cerca el Duero, del otro Peña Tajada, del otro veintiséis cubos, del otro la Barbacana”; en la Edad Media fue clave en algunas etapas del Reino de Castilla y ello la hizo muy importante; después languideció en una vida somnolienta y lenta de siglos, quizá recreándose en la autocontemplación de su propia hermosura. Poética siempre y siempre hermosa, fue testigo del asesinato del Rey Don  Sancho de Castilla, muy querido en ella y amigo del Cid, lo mató ante las murallas el traidor Bellido Dolfos, cambiando la historia de Castilla al heredar el reino Alfonso VI.

 

“Rey Don Sancho, Rey Don Sancho

no digas que no te aviso,

que dentro de Zamora,

un gran traidor ha salido.

 

Llámase Bellido Dolfos,

hijo de Dolfos Bellido.

¡Si gran traidor fuera el padre

mayor traidor es el hijo!

 

¡Gritos dan en el Real:

A Don Sancho han malherido

muerto le ha Bellido Dolfos

gran traidor fementido.

 

En tiempo de los Reyes Católicos, en la Batalla de Toro, fue decisiva Zamora para derrotar a los portugueses y siempre fue ciudad estratégica y fuerte.

 

De todas sus épocas guarda recuerdos en sus calles, edificios y murallas y es hoy una ciudad que se quita la pereza de siglos y recobra la valía que siempre debió tener, al ser nudo de gran importancia entre Castilla y León y el norte de Portugal, con salida al mar por Oporto.

 

Visitando la ciudad, lo ha hecho varias veces, me encontré en una plaza hermosa y bien cuidada la estatua viril de Viriato armado con su espada empuñada en actitud defensiva. La estatua en bronce rinde tributo al pastor luso-zamorano al que tanto costó derrotar por la invencible Roma, que tuvo que pagar su asesinato, aunque luego se arrepintió: “Roma no paga traidores”.

Está pues Viriato de pie con la espada en la mano y luce una bella figura. Si se la va mirando desde distintas posiciones, alrededor de ella, se ve en una, asimilada la espada al cuerpo, como si el puño del héroe fueran los testículos y la espada el pene erecto, lo que hace que quienes visitan la plaza tomen varias posturas para ver la imagen y lograr buenas fotos del “bien armado” líder guerrero. No dejen de visitar al bravo pastor en su plaza y recuerden el verso que los zamoranos leyeron el día que se cambió un convento desde el que se veía la imagen, a otro lugar, publicado en un periódico local:

 

Las monjitas del convento

desde ayer están que trinan

porque no le pueden ver

a Viriato la pilila.

 

El verso quedó como marca para la placita de Viriato y es buen motivo para poner una sonrisa en la cara del turista, cuando encuentra el erecto órgano y para los zamoranos que ven orgullosos cómo su antiguo líder sigue teniendo atractivo para los múltiples turistas que le visitan.

Ya no son tiempos de guerras ni de invasiones y Zamora hermosa y poética, ciudad en crecimiento, nos espera con Viriato bien armado y con otras muchas cosas bellas, monumentales, gastronómicas y lúdicas en la vecindad del Padre Duero, ya grande, que se prepara para la navegación hacia Portugal, Oporto y la Mar Oceana.

Si tienen tiempo, después de disfrutar de Zamora, complementen los visto con viajes a los pueblos y ciudades vecinos y entre ellas a la antigua “Miranda do Douro” en sus atalayas sobre el Duero, vigilando siempre a los invasores de Castilla; hoy en lugar de guerrear, acudiendo a degustar las variaciones de bacalao, los vinos y los orujos tan exquisitos.

 

César del Carpio,

                                                                                              precisamente desde Miranda do Douro.

 

EL SEFARDÍ 

 

-CANDELABRO DE LOS SIETE BRAZOS

La historia que cuento en este artículo de “Por tierras de la Ñ” le ocurrió a un buen amigo médico en el año de gracia de 1966, cuando iba en Navidad a ver a su familia en Valladolid, en el TALGO, ese tren de invención española que tan buenos resultados ha dado desde su instauración en España y otros países.

El viaje empezó en Vitoria y cuando se puso el tren en marcha recién pasada Miranda, desde el altavoz se pidió un médico y nuestro amigo se presentó acompañado de su esposa, enfermera.

El problema era que un viajero había sentido un dolor agudo precordial y se encontraba angustiado, atendido por el revisor. El médico vitoriano viajaba sin equipo médico de trabajo y solicitó al revisor  acceso al botiquín del tren, pero al decirle que no lo había, se las tuvo que apañar con sus conocimientos, su experiencia y nada más. La toma del pulso le tranquilizó sobre el ritmo y fortaleza del ritmo cardiaco y le orientó sobre la tensión sanguínea, la auscultación del corazón, a oído, le aseguró más, sobre todo al ver que el paciente se iba tranquilizando al saber que un médico le atendía.

El paciente era un judío sefardí de Tánger y venía de París de enterrar a un hermano, muerto de infarto; la tristeza, la soledad y el viaje le habían angustiado y tenía un dolor asimilable a una angina de pecho, de carácter leve, con la circunstancia de ir en tren que tardaría en llegar a Burgos más o menos una hora y con la suerte de que un médico se encontrase allí con lo que evitó la evacuación del el enfermo.

No había botiquín, ni medicamentos vasodilatadores de coronarias ni de ningún otro tipo, así que nuestro amigo galeno pidió dos whiskis, uno para el enfermo y otro para acompañarlo y charlando llegaron a Burgos, después a Venta de Baños y Valladolid en que se separaron siguiendo el marroquí sefardí hacia Madrid sin problemas.

El viaje fue muy instructivo y la amistad entre paciente y médico intensa desde entonces.

Los sefardíes son los judíos expulsados de España por los Reyes Católicos, de manera arbitraria y desde entonces se exilaron en el mundo, conservando su lengua y aun lo hacen, es el castellano antiguo, algo infiltrado por lenguas de países por los que estuvieron y tiene una tonalidad musical y dulzura que lo hacen entendible y entrañable. En ese judezmo o castellano latino sefardí conservan cuentos, consejas, canciones y poesías que en España se han dejado de usar.

El pueblo sefardí fue casi aniquilado en la persecución nazi. Los españoles debemos reconocer en él a un pueblo hermano al que se persiguió aquí, se le expulsó y que después no tuvo suerte, porque otros países también lo maltrataron.

Con esta historia he querido recordar a los sefardíes con afecto, como debe hacerse con los perseguidos por mantenerse fieles a sus creencias, que aunque no compartamos merecen el máximo respeto.

César del Carpio

Tras visitar en Miranda de Ebro un edificio que fue sinagoga y desear que nunca ningún sefardí tenga que abandonar su tierra y pueda mantener su entrañable lengua que fue la nuestra, con la libertad de vivir dignamente.

 

 

CASAS EN LOS TESOS

 

-VALLADOLID

Los tesos son elevaciones sobre el territorio circundante que unas veces están unidos unos a otros y otras veces van solos, formando los cerros testigos.

 

Son muy abundantes en Castilla y muchos de ellos tienen bajo la tierra vegetal enormes cantidades de yesos. Encima de ellos se extienden planicies o páramos, que son poco fértiles y que pueden ser cultivados en secano o dejados para un bosque somero de pinos o encinas, o simplemente matojos.

 El Cerro de San Cristóbal, en Valladolid, es un prototipo de cerro testigo y que se repobló de pinos cuando la Guerra Civil y aún son enanos los árboles por la poca calidad del terreno; en su cima hay un monumento a Onésimo Redondo que aún perdura muy maltratado: “sic transit gloria mundi”.

En los cerros de Fuente Amarga y vecinos existían panaderías secretas, o no tanto, en el 36 y después, para proveer de par de estraperlo a Valladolid y por un pequeño valle pasaba una cañada en desuso de la Meseta.

 

Por la cañada en la postguerra había un tránsito entre Valladolid y Tudela y pueblos vecinos para comprar pan, patatas o uvas, o para robarlas, pues el hambre acuciaba la ciudad y los guardias rurales a caballo con un fusil tipo tercerola cuidaban el campo; estos eran Anguarín, Jesús, Julián y “el Sapo”, guardas jurado que asustaban a los niños y a pocos

En uno de los tesos cercanos a la ciudad estaba un antiguo polvorín de la época de la guerra que se desclasificó y quedó abandonado, con el terreno que le circundaba y que por ser muy árido nadie estaba interesado en comprar. Un caballero arruinado por deudas de juego compró con las últimas pesetas el polvorín y sus terrenos y se fue allí a vivir, porque no tenía dónde caerse muerto. La parcela de terreno no era edificable ni estaba adecuada para ello y nuestro amigo, que se aburría, intentaba sacar unas verduras para el consumo de su familia con el agua de un pozo que allí había.

 

Unos recién llegados a la ciudad le pidieron una parcela para construir una chabola, se la vendió y detrás otros le pidieron otras. Nuestro hombre descubrió las posibilidades de los terrenos y cuando las fuerzas de la ciudad se dieron cuenta había cien medio chabolas medio casas que malvivían en condiciones más bien precarias por lo que se habilitó por el Ayuntamiento conducciones de agua y excretas provisionales, y como no hay nada más definitivo que lo provisional en la administración española, hoy el barrio es tan grande que tiene iglesia y escuela y asociación de vecinos entre otros servicios, su dignidad de barrio se ha impuesto convirtiendo las chabolas en casas individuales y parcelas ajardinadas y el dueño recuperó la fortuna, la dignidad y hasta un barrio que se llamó como su madre, digna dama de Valladolid, que conoció a su hijo tarambana y jugador y no llegó a verlo rico, que la oportunidad y la fortuna se ha dado en nuestro país con mucha frecuencia a dueños de lugares inhóspitos que reconvertidos, a veces con la complicidad de los concejales de urbanismo, han generado fortunas.

 

César del Carpio. 

Paseando en el Barrio de Dña. María XX de Valladolid (puede ser otro nombre), admirado de lo que puede la especulación, cuando se coaliga con la ambición de políticos con pocos escrúpulos, capaces de edificar en las cimas de las montañas si hay pasta.

 


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Don Álvaro de Lara  ataviado de Caballero de Santiago

 

MISTERIO EN LA JUDERÍA DE VALLADOLID

 

La calle Platerías en Valladolid tiene antigüedad y solera. Sus edificios, reformados algunos, están allí desde hace algunos siglos y eran en ciertos casos negocios de la judería, hasta la expulsión de los judíos de España- Comienza la calle en la plaza del Ochavo, en la que aún se ve la argolla donde estuvo la cabeza del valido de Juan II cuando cayó en desgracia y su rey le ordenó ajusticiar y termina en la Iglesia de la Pasión, bella y poco cuidada en la actualidad.

Hoy la calle Platerías sigue siendo acogedora, con tiendas que a pesar de la crisis ofrecen servicio a los vallisoletanos con calidad y diligencia en varias ramas del comercio, la industria y la hostelería.

En esta historia de Tierras de la “Ñ” he querido contar algunas interesantes o graciosas, otras con toques de irrealidad fantástica o misteriosa, o con algún resultado no resuelto por la lógica, así que ésta que empiezo va en la misma línea.

José Luís era estudiante como yo en Valladolid, aunque él era nativo de la bella y entrañable “Pucela” y siempre había vivido en la calle Platerías de la que sabía todo o casi todo, y con su afición a la pintura la había retratado en todos sus rincones con lo que sacaba unos dineros vendiéndoles cuadros a los vecinos, mientras  él iba terminando los estudios de medicina, con brillantez.

En vísperas de Navidad de 1962 celebramos una comida de hermandad los alumnos internos de la Facultad de Medicina con algunos profesores y los bedeles que nos atendían en las guardias. La cena se celebró en el Círculo y fue abundante y regada con buenos caldos de la tierra, siendo bien aprovechada por los comensales y se prolongó la velada hasta las dos o las tres de la mañana en que se disolvió la reunión y “cada mochuelo a su olivo”. Emprendimos el regreso a nuestra residencia, bastante alegres y alguno achispado. José Luís fue a su casa de la calle Platería, abrió la puerta de su casa, entró en el portal y al fondo se encontró con un derrumbe de pared que permitía el paso a una escalera que él nunca había visto; bajó por los escalones y se encontró con una cueva de varios salones ornamentados que  estaban  sumidos  en  una  luz difusa que salía de piedras fosforescentes incrustadas en las paredes, como si fueran lámparas de baja intensidad. Recorrió las salas en silencio y sin ver a nadie y tras recorrer varias encontró una en la que un candelabro de siete brazos se exhibía, con otros objetos. La zona estaba protegida por una reja de hierro labrado y una puerta cerrada también de hierro; intentó entrar y al tocar la reja empezó a temblar la tierra, por lo que tuvo miedo, retirándose y rezando por su vida y por los moradores que hubo en aquellos salones. En su salida tropezó con uno de los objetos que en la cueva había que le pareció dorado, lo recogió y salió pensando en volver de día con algunos de sus familiares.

El día siguiente era Nochebuena y a mediodía fue, sereno y lúcido, a ver la zona y la pared caída no existía; estaba el portal, como lo había conocido siempre, y el amigo José Luís pensó en un sueño inducido por el clarete de la tierra trasegado la víspera. Salió a tomar un café en un bar cercano y al ir a pagar notó en el bolsillo del abrigo un objeto y al mirarlo vio que era un lingote de oro de alrededor de 2 kgs sellado con una estrella de David. Guardó el lingote, que aún conserva, y nunca ha podido saber cómo llegó a sus manos, salvo el recuerdo de la famosa cueva que nunca encontró después y que sus parientes y vecinos juran que nadie vio nunca.

Años después hicieron obra para ampliar un bar al lado de la plaza del Ochavo y excavaron un patiejo que tenían y apareció una cueva de varios compartimentos pero estaba vacía. Se usa hoy como comedor de un restaurante muy afamado, por cierto.

 

César del Carpio, 

meditando en la cueva de la plaza del Ochavo sobre la muerte de Álvaro de Luna, la argolla, la ingratitud de los Reyes y los misterios de la Historia, con un clarete y un queso del Esgueva, placer de Dioses ¡oiga!


ESPÍA O FERIANTE
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La historia que cuento trascurre en el año 1935 y quien me la cuenta, tenía cuatro años y acompañaba a su padre por los pueblos aledaños a Astorga mientras éste repartía semillas de remolacha a los aldeanos para la siembra. La que proporcionaba las semillas era la azucarera de Veguellina, importante entonces. "El reparto se hacía en una pequeña camioneta Fiat y era muy entretenido, sobre todo  para mi, que era agasajado por los aldeanos amigos de mi padre con lo que iba voluntario siempre que podía.

Muchas veces nos encontrábamos con Oto, un alemán simpatiquísimo, fotógrafo y extraordinario dibujante y caricaturista, que hacía su trabajo en las fiestas de los pueblos en una espacie de carromato del que tiraba con una bicicleta; en los pueblos le adoraban. Me sacó varias fotos que exhibía en su carro y me hizo popular en la comarca. Cuando no había fiestas trabajaba en hacer fotos de montes y mapas geodésicos para una Universidad alemana, según él.

Pasaron los meses y en el 36 ocurrió el alzamiento militar. La fábrica azucarera se cerró y a su director lo encarcelaron y después lo incorporaron al ejército de Franco. Mi padre también terminó en la cárcel por ser lo que llamaban rojo y estando en ella, fue visitado por el alemán y puede que eso le salvara la vida, iba con uniforme de coronel alemán y le propuso que cuando terminara la guerra volviera a trabajar de guía con él. No supo más de él.

Terminó la guerra española estalló la mundial y recibió mi padre una carta de Oto desde Rusia, estaba combatiendo allí. Al parecer murió en la guerra.
Mi recuerdo de Oto Schneider es hermoso: Buena persona, buen dibujante y fotógrafo y muy amable. La guerra se lleva los buenos y los malos. ¿Fue artista incorporado o fue soldado que hacía servicio a su país en España? ¿Quién lo sabe?.

Cesar del Carpio.

En Astorga ante unas ancas de rana y unos pinchos de pulpo viendo los maragatos del ayuntamiento dar las horas.

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